lunes, 17 de septiembre de 2007

Enfermedades imaginarias... ¿?

El Efecto Placebo, la supresión de síntomas de enfermedad al tomar lo que pensamos que es un medicamento, demuestra que la mente puede curar. Pero la inversa también es cierta: la mente puede provocar enfermedades. Si uno piensa que está enfermo y lo cree de verdad es más que posible que acabe por estarlo. La tragedia es que aunque el origen de la enfermedad sea imaginario, el dolor es real. Relatos de antropólogos en culturas primitivas nos hablan de poder hasta mortal de una maldición; siempre que el maldecido crea de verdad que el hechizo es efectivo, éste se cumplirá y el cuerpo llegará a morir. Hay que tener por tanto un cuidado exquisito con los pánicos, con las histerias colectivas y con los sensacionalismos, sopena de poner en marcha aquello que estamos intentando evitar.
Todo esto viene a cuento por la supuesta aparición de una epidemia de 'electrosensibilidad', o alergia a diversos tipos de ondas electromagnéticas del espectro radio. Muchas personas están quejándose de una serie de síntomas, desde dolores de cabeza a espectaculares reacciones cutáneas, y relacionando estos síntomas con la presencia de emisiones de radio, ya sea de teléfonos móviles, ya de conexiones inalámbricas como sistemas WiFi. Este tipo de emisiones ha recibido incluso un nombre (electrosmog, o contaminación electromagnética) que en sí mismo presupone que son nocivas; hasta de la desaparición de las abejas se le ha culpado. Sin embargo numerosos estudios científicos sobre el fenómeno han concluido que muchos electrosensibles sienten sus síntomas por igual cuando las emisiones están activas que cuando no lo están; es decir, que su enfermedad reacciona igual a un móvil apagado que a uno encendido. Esas personas están enfermas, es cierto, y sufren. Pero no de sensibilidad a los campos electromagnéticos.
Las enfermedades se pueden inventar, y una vez inventadas siempre hay quien acaba por sugestionarse hasta enfermar y quien se beneficia de curarlas. Las nuevas tecnologías son muy propicias a generar rechazo; el desconocimiento y la desconfianza se alían para crear un caldo de cultivo en el que las historias sobre terribles consecuencias de lo nuevo son comunes. En el siglo XIX los campesinos creían a pies juntillas que los trenes y más tarde las líneas telegráficas y telefónicas provocaban abortos al ganado, lo cual se demostró falso. Hoy cualquier vago síntoma sin causa conocida puede ser achacado al aumento del fondo de ondas de radio que nos rodea.
Establecer la causa de las enfermedades no es sencillo: hay que descartar muchas posibles causas hasta encontrar la verdadera en un proceso sistemático y laborioso. Echarle la culpa a lo más llamativo no sólo penaliza al inocente, sino que bloquea la búsqueda del culpable. Las personas que están enfermas de verdad, ya sea por la acción de su propia mente, ya por alguna otra causa, no se benefician del pánico y de la extensión de rumores y conjeturas. Flaco favor hacemos si acabamos extendiendo el pánico y el sufrimiento con el pretexto de detenerlos.